viernes, 28 de octubre de 2011

ATISBOS - ¿Hay motivos para estar indignado?

La detención en Tijuana de una veintena de jóvenes que se sumaron a la ola de indignación que ha recorrido el mundo durante el presente año, perpetrada el pasado 18 de octubre por la policía municipal trajo el beneplácito de las autoridades locales y estatales, el silencio o la información sesgada de la mayoría de los medios de comunicación y el regocijo cuando no apatía de un sector considerable de la opinión pública. Toda esa gente concibe la ley como un fin cuando en realidad es un medio que debería regular y permitir la convivencia social dentro de un marco de respeto a la pluralidad. La arbitrariedad y arrogancia de las autoridades me hizo recordar la respuesta que en enero de 1994 dio el EZLN al "perdón" ofrecido por el gobierno federal a cambio de su rendición incondicional. Los rebeldes tejieron una serie de preguntas que cuestionaban la calidad moral de quienes arrogantemente asumían el rol de "perdonavidas", al tiempo que puso en tela de juicio la legitimidad y cinismo exhibido por la clase política y los voceros de los grupos de poder fácticos:
¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos?
[...]
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los medios de comunicación? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

Muchas de estas interrogantes continúan vigentes y pendientes de ser respondidas de modo convincente. La validez y pertinencia de sus enunciados va más allá de las comunidades indígenas y campesinas al cubrir un amplio espectro de sectores sociales no necesariamente en situación de extrema marginalidad económica. En el ámbito de las representaciones políticas, sociales y culturales persisten varias formas de marginación. En particular, y con la licencia que permite toda abstracción, afecta a quienes están comprendidos en la categoría generacional de jóvenes, con énfasis en aquellos de extracción clasemediera y popular. A diario, esta gruesa franja de la población experimenta la ausencia o exclusión de espacios, foros y plataformas con condiciones óptimas para expresarse y desarrollar sus inquietudes ideológicas, artísticas, deportivas, profesionales, espirituales o recreativas. Sin duda, tales privaciones y obstáculos también son extensivos a otros actores sociales.
Aún con la generalización a cuestas que implica recurrir a términos como jóvenes o juventud, esta ocasión aludo a la reducida proporción (en el sentido cuantitativo más no cualitativo) de quienes participan y se involucran en la opinión pública  y el activismo sociopolítico. En distintos niveles y matices, a lo largo de los últimos meses estas multitudes de composición heteróclita han tomado calles y áreas públicas para denunciar problemáticas locales. Las movilizaciones se suscitan en ambos lados de la cuenca mediterránea, en el norte de Europa, en Chile y en Norteamérica con el objetivo de mostrar su indignación y protestar ante el estado continuo de crisis económica, de marcos estatales represivos, de indolencia y actitudes criminales de las clases políticas, del evidente fracaso de sus sistemas educativos y del desprestigio que arrastran la mayor parte de los medios masivos de comunicación por sus ligas con los gobernantes e iniciativa privada. El aparente carácter local de las demandas adquiere una coherencia global cuando son analizados en conjunto, desde la perspectiva que permea las lógicas del capital transnacional y de los organismos mundiales donde se deciden las prácticas que inciden en las condiciones de vida en el planeta entero.
Las variadas movilizaciones de indignados se articulan en una agenda que encuentra puntos comunes a partir de la exigencia de mayores espacios de equidad, de inclusión, de expresión, de representación, de involucramiento en la toma de decisiones y de libertad. Cobran sentido entre los jóvenes porque son ellos los más presionados para culminar su integración expedita a las estructuras sociales prevalecientes sin que se les ofrezcan los recursos y medios suficientes para tal propósito. Es común que desde instituciones eclesiásticas, partidarias, educativas, gubernamentales, familiares y financieras, se externen quejas por la falta de "compromiso" de los jóvenes a la par que se critica su talante lúdico. Asimismo, desde algunos sectores autoproclamados "progresistas" se les denuesta por carecer de fortaleza "ideológica", claridad política y madurez intelectual como si pasearse por el mundo presumiendo la posesión de dichas atribuciones garantizara la probidad moral, honradez, lucidez y solidaridad de un individuo.
Bajo tal estado de cosas, situados en el escenario mexicano, es obligado preguntarse: ¿Cuánta "madurez" política debe exigírsele a un joven de 20 años (a veces menos), que es el rango de edad preponderante entre quienes se manifiestan indignados? ¿Con qué seriedad deben comportarse en sus manifestaciones de repudio al sistema si a diario constatan el vodevil en que está convertida la labor de los políticos profesionales? ¿Cuánta paciencia, esfuerzo o resignación debemos pedirles en un país carente de empleos, con salarios paupérrimos, presa de una violencia endémica donde su población es sometida a un hostigamiento constante por parte de cuerpos policíacos, fuerzas castrenses y organizaciones criminales?
Respecto al puñado de indignados tijuanenses detenidos por infringir el "bando de policía y buen gobierno [sic]", ¿quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Acaso los policías municipales protagonistas frecuentes de escándalos de nota roja o de abusos de autoridad?, ¿el flamante jefe de seguridad pública municipal quien no dudó en tomar un arma de alto calibre de uso exclusivo del ejército para, acorde a su versión, repeler un ataque del que la policía bajo su mando hizo caso omiso?, ¿Carlos Bustamante Anchondo, presidente municipal de Tijuana, uno de los hombres más ricos de la entidad, compañero de partido de Jorge Hank Rhon de quien sobra hacer comentarios, militante del PRI el partido que encarna al régimen corrupto, totalitario y represor que ha gobernado el país por más de 70 años?, ¿los empresarios afiliados a la Coparmex que han hecho del chantaje su principal instrumento de negociación con el gobierno, al que siempre acuden en busca de protección a sus intereses, no acaban de amenazar con el riesgo de pérdida de 55 mil empleos en Tijuana de no realizarse las "reformas estructurales" que reclaman desde hace tiempo, y dada la inquietud y temor que estas declaraciones pueden generar entre la ciudadanía no incurren con esto en una forma de "terrorismo" mediático?, ¿las decenas de personas que escondidos en un seudónimo despliegan todos los días en los foros electrónicos de los medios de comunicación su precario nivel intelectual a través de comentarios soeces, chovinistas, serviles al poderoso, machistas, homofóbicos, racistas?, ¿los medios masivos de comunicación como Televisa, TV Azteca, Frontera, El Mexicano y otros más que ante la estolidez de muchos de sus consumidores cautivos deberían empezar a preocuparse si no son reflejo fidedigno de la vileza con la que han practicado el periodismo?, ¿los periodistas y columnistas de oportunidad que no han dudado en mencionar como modelo a seguir a Miguel Ángel Granados Chapa por sus aportaciones a la libertad de expresión y su ética periodística, pero cuyas trayectorias profesionales se hallan en el extremo opuesto de la que mantuvo éste ejemplar comunicador?, ¿los profesores de distintos niveles, incluidos aquellos a los que se les llena la boca de orgullo cuando se presentan como "catedráticos", y que en conjunto han hecho de la mediocridad el principal distintivo de nuestro sistema educativo?, ¿la mayor parte de esos artistas e intelectuales "abajofirmantes", tan prestos a defender la "democracia" al momento de elegir funcionarios culturales, o es que la ocasión no amerita un manifiesto?, ¿el ciudadano acostumbrado a escupir en la calle, abrirse paso con ofensas al prójimo, devoto de las "mordidas" y el compadrazgo, sin el mínimo respeto por las señales de tránsito y que suele comportarse como orangután cuando se vuelca a las calles para celebrar alguna victoria futbolera?
Lejos de construir altares a nuevos héroes o de exaltar martirologios o actitudes temerarias, es preciso dar relevancia a la represión de la que son objeto nuestros jóvenes indignados, así se trate de un número reducido. En el fondo de esto, lo que han hecho es asumir un rol en el concierto de la globalización. Se nos olvida que cotidianamente políticos, empresarios, académicos, colegios de profesionistas nos invitan a "aprovechar" las oportunidades que brinda a esta sociedad fronteriza la vecindad con Estados Unidos en el marco de la globalización. Desde luego, cuando reproducen tal discurso lo hacen pensando en la lógica de los grandes capitales manejados por las corporaciones transnacionales y de los organismos rectoresde la economía mundial. Pero la globalización también implica asumir compromisos nada gratos a nuestras élites: la observancia de los derechos humanos, laborales, ambientales; la aceptación de la diversidad cultural, sexual; la elevación de la calidad de vida de la mayoría de la población. Un conjunto de deberes que no pueden rehuir los Estados nacionales que buscan legitimarse en el orden global.
Ante la intolerancia de nuestros gobernantes, cabe preguntarte a ti asalariado, estudiante, campesino, indígena, desempleado, ama de casa, artesano, artista, intelectual, pequeño productor, microempresario, joven, viejo, niño, mujer, deudos de los 40 mil muertos que ha costado la guerra de Calderón, padre de familia de la guardería ABC, pariente de los mineros de Pasta de Conchos... ¿Hay motivos para estar indignado?, ¿vale la pena indignarse y luchar por la gente de este país? En lo personal, la respuesta está implícita en la decisión de redactar y compartir este texto.
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?

Por: 
Rogelio E. Ruiz Rios
Vía La-Ch
Jueves 20 de Octubre de 2011 15:44

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